Escribo a contra ojo, como un joven de suburbio, atrapado en la (in)comodidad del radio de la ciudad más clasista que he conocido y una de las más estigmatizadas de América latina, Guatemala.
El espacio indica qué clase de grupo humano hay que ser y qué hay que hacer en cada estancia en cada momento. Dicho espacio también hace imposible que vez que se dé lugar a la espontaneidad frente a esa condición. Por ejemplo, es común ver en los arriates o en los jardines exteriores de los residenciales algún trabajador tomar el sol acompañado de la coca y un tortrix, sin embargo sería muy extraño encontrar al dueño de la propiedad, a un burgués en esa condición. Es ahí donde entra la mirada acusadora de cualquiera. El panópticos, el ojo del poder.
En los suburbios habitables, existe siempre la vigilancia constante, cámaras de vídeo, la garita, seguridad privada israelí. Allí, en carretera al salvador, el delineador de la ciudad, viven los que están arriba, el lugar de elección de koreanos, judíos, árabes, alemanes, americanos, que han hecho su vida de inversiones aquí en Guatemala.
Cuando era wiro mi suburbio, La Montaña, era puro campo. Muy cerca había cafetales y maizales, a veces se miraba alguna vaca o cabrita. Caminé por atajos soñando estar en otro lugar, montaba bicicleta, lo hacía tan rápido para poder respirar la bocanada de aire y llenar mis pulmones de vida. Con mis vecinos recreamos una vida fantástica de duendes, trolls, y espíritus encantados.
Fue hasta adolecente que por curioso, inquieto, rebelde e indomable dejé el capullo, esa caja de seguridad, y decidí explorar la ciudad para sufrirla, enamorarme de ella y al final hacerme ella. Aprender lo que vale la vida y también la muerte. Conocer sus peligros como un perro más y esperar vivir para contarlo.
La ciudad es la inmigración extranjera (incluyendo el otro país; el campo), el encarecimiento de la vida y su consecuente elitización. Parte del paisaje de la historia contemporánea guatemalteca; periferias urbanas nacidas del capitalismo neoliberal. Es diversidad tipológica, un escenario en plena transformación y lo veo desde su contorno que se expande cada día más. Lo que antes era lejos ahora es cercano donde hubo pasto ahora hay town houses, centros comerciales, country clubes, ghettos, publicidad, saturación.
Por otro lado existe también el suburbio no habitable, los asentamientos en espacios e riesgo, los barrancos no aptos para la vida. Este es el retrato geográfico actual de las inmigraciones campo-ciudad, centroamericanos en la ruta al norte, desempleo y carencia.
En todo caso, el suburbio es un espacio de transito y no de permanencia para sus habitantes. La ciudad trabaja, urbania y periferia, en una relación intrínseca como un organismo. La concentración está en la periferia pero el palpitar económico sigue estando en el centro.
En el suburbio se desarrolla microsociedad, historia y cultura. La capa media es la identidad generalizada. Es la que habita la vivienda popular guatemalteca, barrio modelo z.6; colonia El Maestro, Vista Hermosa; La Petapa, franja industrial y barrio masivo.
Querer integrar el estar aquí es un reto y también un rush. Este es un espejo quebrado, como una esfera disco pero con muchos filos. Saber bailar es saber reír frente a la tragedia, es la ironía y el morbo de contemplarlo todo con desprecio porque no se puede hacer nada. Es contener la nausea y pedir el siguiente trago. Es cada pedazo un país inventado por sujetos que no se encuentran entre sí y recrean su propia historia, como el dragón que se come su propia cola. Yo crecí en una isla imaginaria, lejos de la Guatemala real, cruda y dura pero muy cerca de su encantamiento.
Cuando era wiro mi suburbio, La Montaña, era puro campo. Muy cerca había cafetales y maizales, a veces se miraba alguna vaca o cabrita. Caminé por atajos soñando estar en otro lugar, montaba bicicleta, lo hacía tan rápido para poder respirar la bocanada de aire y llenar mis pulmones de vida. Con mis vecinos recreamos una vida fantástica de duendes, trolls, y espíritus encantados.
Fue hasta adolecente que por curioso, inquieto, rebelde e indomable dejé el capullo, esa caja de seguridad, y decidí explorar la ciudad para sufrirla, enamorarme de ella y al final hacerme ella. Aprender lo que vale la vida y también la muerte. Conocer sus peligros como un perro más y esperar vivir para contarlo.
(Duck Season)